Se dice que el nombre "Bucarest" procede de la palabra Bucur, que en rumano significa "alegría", lo que daría lugar a que el nombre significase algo así como <<la ciudad de la alegría>>. No se sabe con certeza si la leyenda es cierta, pero lo que sí es verdad es que la capital rumana constituye el centro neurálgico del país y es precisamente aquí donde la población pueden acceder a una mayor oferta cultural y formativa.
Situada en el sur, en la región de Valaquia, ostenta además el título de ser la urbe más grande del país -contando con más de dos millones de habitantes.
Que Rumanía está cambiando mucho en los últimos años es algo que a nadie se le escapa: en 2007 entró junto con Bulgaria en la Unión Europea y desde entonces debe demostrar que se adapta a las normas de la Unión, además de recibir financiación de esta organización (como, por ejemplo para realizar Proyectos como el Voluntariado Europeo).Sin embargo,es en Bucarest donde se pueden ver grandes transformaciones a simple vista. Hoy sus calles son el mayor reflejo del giro que está dando el país: del abandono absoluto por la falta de recursos tras la caída comunista, a la introducción del capitalismo y el estilo de vida occidental.
Pasear por sus aceras supone ver constantemente andamios, grúas y demás artilugios para la construcción: el proceso de renovación de la ciudad es evidente, y se observa tanto en los lugares históricos como en las casas particulares o las carreteras. No es una ciudad especialmente colorida en lo que a edificios se refiere: el gris impera en cada una de sus avenidas y se percibe el abandono que las viviendas han sufrido durante años.
El visitante puede observar cómo en la ciudad se mezcla el pasado soviético con otro más lejano: el francés. Y es que, en los años 20 del siglo pasado Bucarest llegó a ser considerado << El pequeño París>>, debido al auge cultural llegado del oeste de Europa. Esta influencia se nota en las fachadas de muchas casas de la ciudad, y sobre todo en la zona de bares del centro de la capital, donde muchos restaurantes ofrecen sus cartas en francés.
El visitante puede observar cómo en la ciudad se mezcla el pasado soviético con otro más lejano: el francés. Y es que, en los años 20 del siglo pasado Bucarest llegó a ser considerado << El pequeño París>>, debido al auge cultural llegado del oeste de Europa. Esta influencia se nota en las fachadas de muchas casas de la ciudad, y sobre todo en la zona de bares del centro de la capital, donde muchos restaurantes ofrecen sus cartas en francés.
Calle del centro de la capital
Zona comercial en la Piata Unirii, con las cadenas Bershka y Mc Donalds al fondo
El río Dambovita a su paso por Bucarest
El río Dambovita fluye tranquilo hacia el Danubio, mientras escucha el estrépito del enjambre de coches que pasa a su lado. Al lado de éstos muchas veces pasa el tranvía, no sin olvidar que en este Bucarest cambiante también es posible coger el metro, que funciona bastante bien.
Las marañas de cables telefónicos, como telarañas grises, se cuelan en cada foto que el visitante intente hacer, para dejar la huella de lo que es Bucarest en estos momentos.
Está claro que las calles de Bucarest están cambiando a pasos agigantados: grises, bulliciosas, sucias en muchas ocasiones... Pero siendo una ciudad de contrastes estas transformaciones se contrarrestan con la tranquilidad de sus numerosos y enormes parques.
A un país como Rumanía, de bosques espectaculares, le es muy difícil olvidarse de la naturaleza, incluso en la que es la capital del país, símbolo de los nuevos tiempos.
Son el lugar perfecto donde perderse unas horas y disfrutar.Incluso se puede pedir una bicicleta gratis por dos horas para pasear por la ciudad. Llenos de árboles y de vida, es un auténtico lujo pasear por ellos - especialmente en estaciones como el otoño, cuando la paleta de colores que muestran es fantástica-.
Algunos de estos parques cuentan además con lagos que los embellecen aún más.
REPASO DE IMPRESCINDIBLES
Llegando a Bucarest por el noroeste lo primero que uno se encuentra el el Arco de Triunfo y el Museo de la Aldea (Muzeul Satului). Este último es precioso, todo un museo al aire libre donde se exponen casas típicas de todas las regiones del país. Por ello me quiero hacerle una mención especial.
En este museo el tiempo parece haberse detenido, y caminar por este parque cultural es todo un disfrute, sobre todo en otoño, ya que son muchos los árboles de este lugar que empiezan a colorear sus hojas. No hay que olvidar que estas típicas casas rumanas están se contruyeron para estar integradas en la naturaleza, ya que los materiales utilizados en su construcción provienen en su mayoría de los bosques de la zona. Todas las construcciones del país están presentes, desde la región de Maramures hasta Valaquia o Moldavia.
En este museo el tiempo parece haberse detenido, y caminar por este parque cultural es todo un disfrute, sobre todo en otoño, ya que son muchos los árboles de este lugar que empiezan a colorear sus hojas. No hay que olvidar que estas típicas casas rumanas están se contruyeron para estar integradas en la naturaleza, ya que los materiales utilizados en su construcción provienen en su mayoría de los bosques de la zona. Todas las construcciones del país están presentes, desde la región de Maramures hasta Valaquia o Moldavia.
El Museo de la Aldea: Museo al aire libre
En el centro histórico destaca el Museo Nacional de Historia, en el que lo más destacable es una copia de la columna de Trajano y el llamado <<Tesoro Nacional>>: una recopilación de tesoros de Rumanía, desde siglos antes de Cristo hasta casi nuestros días. Este tesoro me gustó especialmente, tiene una gran colección de piezas de oro y, en si mayoría, joyas de diferentes épocas y culturas, lo que hace referencia también a las distintas civilizaciones que han poblado Rumanía.
El edificio tiene tres plantas, pero actualmente la última está en reformas. Para los jóvenes visitantes es especialmente barato: con el carné joven que acredita tener menos de 26 años, sólo se paga 2 lei por entrar (unos 40 céntimos de euro).
Si hay un edificio que destaca sobre los demás en todas las guías turísticas - y no sin razón-, ése es el Palacio del Parlamento. Se trata del segundo edificio más grande del mundo (por detrás del Pentágono), y forma parte del legado de la dictadura de Ceaucescu.Su construcción empezó en 1985 y en 1990 se planteó qué hacer con ello. Finalmente decidió utilizarlo como Centro de Congresos del Parlamento.
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