Lo reconozco: nunca ha sido mi estación favorita. Incluso diría que el anuncio del frío y la consagración de la oscuridad sobre la luz son sombras que guardo en mi interior durante todo el año.
Pero hay algo bello en esta cuenta atrás hacia el solsticio. Y a veces la contradicción se hace realidad, por que cuando llueve con fuerza y durante días la montaña vuelve a estar viva y un verde esmeralda salpica mis ojos, que se posan en los árboles y arbustos ya amarillentos, marrones, anaranjados incluso. Sí, es esa paleta de colores perfecta, la sensación de que la vista no se cansa de mirar.
La naturaleza va echando poco a poco lo que no necesita. Las hojas caducas tocan el suelo para nutrirlo en un futuro; lo que era meramente pasajero se va, es expulsado y cumplirá potra función. No está preparado para afrontar el frío helador ni la nieve que vendrá. La tierra da entonces sus frutos como si en un toque de atención a los animales (y a nosotros sobre todo, que somos los más animales) nos dijese que ya es la hora de recolectar, de ir a verla y recoger el alimento para prepararse para la larga temporada que nos espera, en la que ella estará cubierta e inerte.
En Cercedilla, pueblo de la Comunidad de Madrid, Siete Picos se ve desde un marco diferente. Los colores parecen fusionarse, degradarse, subir y bajar. Las pocas horas de sol, el frío y la lluvia penetran en la tierra con un suspiro helado.
La naturaleza parece decir que, contrariamente a lo que pensamos, ahora está más viva que nunca.
La naturaleza parece decir que, contrariamente a lo que pensamos, ahora está más viva que nunca.
1 comentario:
Muy chuli, Bea. Un saludo
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