Cuando se va aproximando la fecha del cumpleaños, me invade una sensación rara. Alegría, nostalgia y una leve tristeza en forma de rabia por aquello que no cumplimos, por lo que soñamos, por esos sueños que siguen llamando con fuerza a la puerta del corazón... ¿He dicho eso? No, no, la puerta misma de la realidad, del día a día.
Pero casi siempre, por no decir siempre, me aproximo a esta fecha con una gran sonrisa dibujada en la cara. Por eso mismo.
Porque los sueños siguen llamando a la puerta, y eso es que no he dejado de soñar. ¡Y vaya sueños! La realidad es que nunca hay que pensar que son imposibles. Porque algunos sí los he cumplido, y eso es que he sido valiente. Porque si escuece y lloras, y te duele que no se haya cumplido... es que estás viva y nunca has dejado de quererlo. Porque todo eso te pone los pies en la tierra para seguir adelante, para soñar más, para aprender. Porque nunca has perdido la conexión con esa niña o niño. Después de todo, los niños y a pesar de ser más inocentes, saben mejor lo que quieren.
Pero sobre todo, porque cuando miro atrás, veo que he sido muy afortunada.
Porque sí, porque hay que celebrar los cumpleaños. Porque miro atrás y echo de menos a quienes no están... pero agradezco mil veces más haberles tenido. Porque nunca se deja de ser una niña con ilusión por comer una tarta de chocolate, con un día mágico por delante, porque las canciones son personalizadas ese día. Y porque, por suerte, me enseñaron y pude compartir tantos, los necesarios, con quienes tenía al lado y me pintaron esa sonrisa...Porque celebramos el tiempo, tiempo de vida.
Porque a pesar de todo, se celebra la vida.
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