17 feb 2013

Hacia la belleza uniforme

Cuerpos en serie. Rostros calcados. Uniformes que bajo el nombre de "moda" visten a toda una población.

Antiguamente la producción de objetos no era tan perfecta como ahora. Los moldes para hacerlos y los materiales no eran tan buenos para ello, y por así el resultado era más artesanal. Imagino al escultor griego o romano haciendo bustos, a los albañiles de la Edad Media apilando las piedras, o al hombre de la Prehistoria construyendo lanzas. No eran perfectas seguramente, pero perseguían un fin: ser útiles para algo; para la caza, para la construcción, para adornar. Poco a poco la técnica, cada vez más avanzada, fue agudizándose, y ahora tenemos miles de objetos, algunos bastante complejos, fabricados en serie, la mayoría funcionando sin problemas. Ordenadores, neveras, barcos, coches, lápices. La lista es tan larga como hacer un simple repaso a un día cotidiano en ésta sociedad. Algo que ha sido muy útil para facilitarnos la vida.

Por supuesto, estoy hablando de cosas, de objetos. A veces parece como si las personas hubiésemos caído en una trampa profunda y creyésemos que los próximos en producirnos en serie vamos a ser nosotros mismos.

El ser humano necesita las cosas, porque de ellas nos valemos para vivir (cobijo, comida, vestimenta para no pasar frío...). Y también belleza. La belleza es una de las necesidades humanas más acuciantes, en todos los sentidos. Sin ella, sin su percepción, nos marchitaríamos; sin a penas vislumbrala nada tendría sentido. La belleza es la percepción de algo que gusta instintivamente.

Hoy parece como si la sociedad en que vivimos (bautizada como "Occidental", según los ojos de quien la mire) hubiese perdido los sentidos para percibir la belleza. Digamos que esta es una sociedad poco sensual, en la que los verdaderos sentidos: tacto, vista, olfato, oído, gusto; rara vez se entremezclan para admirar algo bello, o, mejor expresado, para sentirlo como tal (y a veces ni pensarlo). A veces da la sensación de que no ve belleza más allá de sus narices, y nunca mejor dicho, porque parace como si la belleza hoy en día entrase en las casas por la televisión o Internet, o en los miles de anuncios pegados en las calles. Y hay un mal considerado "objeto" que parece ser considerado el centro de la belleza en éstos días y lo único importante: el propio cuerpo. La obsesión del "Hombre de Vitruvio" elevada al máximo exponente, aquel dibujo de Da Vinci en el que aparece la figura de un hombre y cuyo centro es su propio ombligo.

                                                                                            El dibujo de Leonardo

Pechos operados, narices, alargamiento de pene, medidas 90-60-90. Mientras que casi la mitad de la población mundial tiene problemas de nutrición, la parte rica y con más recursos se debate entre la obesidad y los trastornos como la anorexia o la bulimia. No parece que el culto al cuerpo, por mucho que esta misma sociedad así lo crea, forme parte de su ideario central. Ni siquiera que forme parte de ella.

Porque realmente, ¿qué es la belleza? Y más allá de eso, ¿en qué consiste la belleza física?

Lo bello puede producir un revoloteo interior en la persona que lo siente así, puede ser un poema que conecta perfectamente con las emociones, una cara bonita cuyos rasgos tienen una simetría maravillosa, un paisaje con tonos casi imposibles, o el recuerdo almacenado en la memoria en el que unas notas que tocadas de esta forma evocan por sí solas belleza. Hoy a penas se aprecia belleza de este tipo en esta sociedad, o al menos, que se fomente su apreciación. Las canciones parecen hechas en una fábrica de sonidos acordes para la venta, los paisajes se sustituyen por publicidad o por las tiendas, y de los poemas a penas se tiene consciencia de los que se obliga a estudiar en la ESO.

Que el ser humano ha necesitado históricamente la belleza física es algo innegable. Ésta designaba qué especímenes estaban sanos y listos para reproducirse (hay experimentos que incluso concluyen en que las mujeres son más atractivas durante la ovulación precisamente por esta razón biológica), en una época en que la vida era mucho más efímera y falta de comodidades, distinguir la belleza física era de vital importancia. Científicamente se sabe que para que un cuerpo sea considerado bello debe tener unos cánones de proporción  y una simetría. La llamada "belleza áurea" predica la medida del cuerpo debe ser la de siete veces la cabeza. Se supone que cuanto más simétrico sea el rostro, más bello le parece al cerebro humano.

Lo interesante es que demás de su biología, el ser humano parte de una construcción cultural en su base, es, por lo tanto, también cultura, y según las normas que marque dicha cultura así será considerado lo feo o lo bello. Han sido muchas la modas a lo largo de la historia, un cuerpo más voluminoso o menos, piel blanca o morena, ropas de un estilo u otro para parecer más atractivos. El ser humano es social y por ello tiene en sí el deseo de agradar a sus semejantes, con lo cual no es en absoluto condenable que quiera alcanzar la belleza y que no desee ser rechazado. Cada persona nace con unos genes que determinan su aspecto. Rubios, morenos, pelirrojos. De ojos verdes, marrones, azules. Más altos o bajos, delgados o gruesos, dependiendo por supuesto también de la raza a la que el sujeto pertenezca. Si bien eran ciertas las afirmaciones sobre la búsqueda y necesidad biológica de lo bello, la pregunta pertinente es entonces ¿Hasta qué punto la cultura determina lo que es bello o no?
                                                                 
          La "Venus de Willendorf" sugiere que el cuerpo de la mujer era admirado así en la Prehistoria.

Hoy la interpretación belleza física parece estar tomando un camino no sólo bastante antinatural, si no enfermizo. El bombardeo constante de propaganda (casi más que publicidad) para conseguir un físico determinado toma todo tipo de formas: cremas antiarrugas, dietas milagro, clínicas de estética, gimnasios y en cada producto nuevo, casi siempre una mujer (aunque los hombre también son tocados, y cada vez más, por este circo mediático) anunciándolo. Todo lo que te hace bello es bueno. Siempre y cuando siga en concepto de belleza marcado hoy en día. En la mujer, un cuerpo delgado, joven, sin impurezas, con medidas tendentes a las ya mencionadas. En el hombre, se busca que marque su masculinidad, pero sin rudeza,  no sin dejar de seguir la moda y prepararse tanto como la mujer para salir a la sociedad. Nada nuevo hasta ahora. Lo verdaderamente trágico es esa tendencia a la uniformidad de la belleza, a calificar como bonito ese cuerpo, ese rostro que sólo sigue unos patrones estéticos determinados por la llamada cultura occidental. La cultura del bisturí para transformar el propio cuerpo ha creado una oleada de fábricas de personas- maniquís, que cada vez se parecen más unas a otras; y cuando no se usan intervenciones médicas para ello se busca esa uniformidad por otros medios, como los trastornos alimentarios o las compras compulsivas. No hay nada de malo en que una persona quiera aspirar a la belleza, sí lo hay y es muy triste que crea encontrarla en la fabricación de seres humanos en serie, carentes de cualquier particularidad (que sería antiestética), o que no se plantee su propio concepto de lo bello más allá de su definición cultural. No estoy tratando por supuesto los casos extremos de disconformidad con el cuerpo (cambios de sexo, problemas físicos o grandes complejos). La globalización, que tanto ha podido beneficiar en otras cosas, ha acabado globalizando todo un estilo de belleza, y con ello, trastocando las mentes de quienes aspiran a él.
               Maniquíes biónicos.

Cada cara, cada cuerpo, describe una historia. Es la historia de sus antepasados, de los cuerpos que precedieron y albergaron antes ése cuerpo, y de las circunstancias que vivieron. La sociedad de hoy ni siquiera se ha parado a reflexionar sobre este hecho. 

Sin llenar de belleza esa identidad, más importante para el desarrollo humano que la belleza física, éste última no sirve de nada. Belleza para reconocer lo que es verdad, para pensarla y para actuar con libertad, otra de las características fundamentales de los seres humanos. El siglo XX ha marcado el camino que hoy se sigue recorriendo en este sentido; figuras célebres como Marilyn Monroe (la máxima representante) han sido iconos de caras bonitas sin expresión propia, de un tratar de mostrar belleza al exterior sin hacer uso de los propios sentidos para sentir la propia, y poco a poco se ha ido generalizando la idea de que hay que llegar a unos cánones que rara vez nos hemos cuestionado, quedando todos iguales y aspirando a lo mismo. ¿Tan poco somos, realmente, que estaríamos mejor siendo como fabricaciones en serie que sirven sólo para adornar? Y recalco "sirven", porque las cosas sirven, las personas no.


                              La belleza se puede encontrar en la música. "Claro de Luna", de Beethoven

Digamos que más allá de la cultura estética, de alcanzar o no los objetivos de belleza, el cuerpo, el rostro, dan una identidad. Somos nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestra cultura, y nuestro cuerpo también. Y la belleza que percibimos.




2 comentarios:

Unknown dijo...

Aún a riesgo de hacer un comentario fácil: 'bellísimas' reflexiones has hecho. Enhorabuena.

Unknow dijo...

Muchas gracias, Juan Carlos. Hace tiempo que tenía todo esto en la cabeza y quería escribirlo.