En "Metamorfósis", el poeta romano Ovidio describía la historia de Pigamalión, un escultor de la isla de Chipre que deseaba casarse con una mujer que fuese perfecta.
Huelga decir que no encontró dicha mujer, y se dedicó a seguir haciendo esculturas. Hasta que un día, viendo terminada una de ellas, se enamoró de la misma. <<Galatea>>, que así se llamaba la estatua, era el objeto del amor de Pigmalión, quien había acabado enamorándose de su propia obra de arte. Siendo tan el deseo del escultor de casarse con su amada, la diosa Afrodita se lo concedió convirtiendo a la muchacha de piedra en humana.
El mito de Pigmaión alude al tema de la perfección en los seres humanos, a la imposibilidad de encontrarla y a la exigencia. Pero también a la propia capacidad de las personas de fascinarse por sus propios actos u obras (aquí está la diferencia con el mito de Narciso, que se enamoró de sí mismo).
La leyenda de Pigmalión ha dado lugar al llamado "Efecto Pigmalión", que se identifica cuando una persona llega a alcanzar lo que quiere por el hecho de haber creído en sus potencialidades (se da por descontado que la persona también tiene estas potencialidades). Tiene mucho que ver con la autoestima, y en psicología se puede diferenciar el llamado "Efecto Pigmalión positivo" y el "Efecto Pigmalión negativo", ya que dependiendo de si la creencia de sí misma de la persona es buena o mala, el resultado tenderá a ser así. Término como el de "profecía autocumplida" se relacionan directamente con éste efecto.
Pigmalión y Galatea
Es hermoso pensar en esta leyenda. Inalcanzable (por eso mismo es un mito), es el hecho de que si realizamos una obra, ésta adquiera vida propia. Pero hay algo cierto en todo esto, mucho más allá del mito griego, algo tan cierto como fascinante.
Y es que como humanos, creamos. Somos creadores natos: de obras, de textos, de ideas, de números, de casas, de viajes...Imaginamos sin parar, actuamos (a veces para bien, a veces para mal), vivimos. Es nuestra esencia. Y son esas obras, esos pequeños actos que realizamos, los que van dando una identidad real a nuestra vida. Son las obras, nuestras pequeñas "esculturas" las que nos tienen que hablar, las que miramos para ver quiénes somos o quiénes fuimos.
Y a veces, entre tanta rutina, entre tanto ruido de fuera, entre tantas ideas robadas y calcadas, unas de otras; de pronto, surge el milagro. Una obra única, auténtica, original. Creada por nosotros. Eso nos basta. Es perfecta, o perfectamente mejorable, pero ya está ahí. No sabemos cómo, pero de forma intuitiva hemos dado a luz a algo. Y es maravilloso. Puede ser cuadro, una idea, una carta. La clarividencia de que teníamos una conversación pendiente y ya sabemos cómo hacerlo. Plasmar en un papel esa música que nos ronda la cabeza y empezar a componer. O haber hallado la eureka de algún problema que inconscientemente teníamos planteado desde hacer tiempo, ya sea matemático, vital, laboral...
¿Y si nos enamoramos de ello? Entonces la vida cobra más sentido. Y sí, de alguna forma, la idea se vuelve viva, porque nos da la vida. Y desde ahí es más fácil seguir construyendo nuevos caminos, nuevas ideas, nuevas obras, y aprender que siempre se puede conocer más. No somos perfectos, como advirtió Pigmalión en su búsqueda. Y encontró la verdadera pasión en algo que él mismo creó para seguir buscando, en unas capacidades que realmente ya estaban dentro de él.
Cuando escuché esta historia, hace poco, me fascinó el mito, porque como casi todas las historias de la cultura clásica (griega y latina), tiene mucho de cierto, de humano, de pasional. Y qué mayor pasión que la creatividad. En realidad es lo que somos.
Es la máxima belleza a la que aspiramos.
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