Al volver aquí, una maraña de preguntas sobre mi futuro me abruma un poco todos los días. La crisis económica, que ya golpeaba el país antes de que me marchase, ahora muestra su peor cara, sobre todo con los jóvenes. Jóvenes que como yo, tienen una titulación superior, expectativas, idiomas, ganas de seguir aprendiendo...Y de trabajar. De ser independientes, de empezar a construir ellos solos sus sueños con la base que han ido adquieriendo durante años de formación. Y sin embargo, no parece que la situación vaya a mejorar pronto.
Haber vivido durante casi un año en Rumanía ha cambiado mi forma de ver las cosas; más bien, de enfrentarme a ellas. Nadie va a negar que la situación económica de España es desastrosa y que eso está afectando a los jóvenes que quieren dedicarse a lo que han estudiado. Efectivamente, se está produciendo una "fuga de cerebros" que no creen tener un futuro (ni siquiera cercano) aquí. No me refiero sólo a las cifras, a la prima de riesgo por las nubes, a los recortes, que son muy reales. Tampoco quiero invitar a la inacción, a hacer como que no pasa nada y a mirar cómo todo se viene abajo, felizmente.
Sin embargo, salir por tu propio pie y vivir una realidad diferente te hace comparar muchas cosas, muchos valores a veces, y muchos miedos también. España no está para tirar cohetes, y Rumanía tampoco. Pero la inestabilidad política que tiene Rumanía (hace apenas unos meses el Presidente estuvo a punto de ser depuesto en un referéndum), no la tenemos aquí. Allí hay más trabajo, con menos sueldo, es verdad. También hay más corrupción en las administraciones, y mucho más visible que aquí, donde se suele concentrar en la clase política o sus allegados.
La experiencia que he vivido me ha aportado ser más positiva, buscar soluciones propias. La gente que he ido conociendo por el camino, y no sólo en Rumanía, también viajando un poco, me ha hecho darme cuenta de que la gente sale. Salen, sí, por muy simple que parezca.
En las vías del tren, entre las piedras y las vigas, en un lugar donde todos los días una máquina que pesa toneladas barre ese terreno... Nace una planta, a penas apreciable a la vista.
Allí conocí a Alexandra, una chica poco mayor que yo, con un hijo de dos años y que debe hacerse cargo de sus padres, ya mayores y que en ocasiones no pueden valerse por sí mismos.
Es periodista y le encanta la edición de vídeos. Llegó a trabajar en una revista de renombre en Bucarest, pero al quedarse embarazada lo dejó para poder cuidar a su hijo, y ahora no ha podido volver. No se rinde: trabaja escribiendo artículos desde casa para algunas webs especializadas, el sueldo no es bueno y hay que escribir mucho, pero así puede cuidar de su hijo. Su pasión por aprender edición le llevó a ser autodidacta, aprendiendo en Internet cómo usar programas informáticos. A falta de una buena cámara, Alexandra ha realizado vídeos para webs en los que entrevista médicos o analiza la realidad de las mujeres de su entorno con una simple cámara de fotos usando el modo vídeo.
No ha sido la única persona admirable que me he encontrado por el camino. A unos pocos kilómetros de Câmpina vive un hombre fascinante que a sus 60 años forma campeones de judo y además de dedica a sus otras dos pasiones: la pintura y la escultura. Y no se trata de alguien que haya llegado hasta ahí gracias a tener dinero; él también tuvo que trabajar mucho en otras cosas para poder primero formarse él y más tarde poder formar a los demás.
Roxana es sin duda una de las personas que más me ha sorprendido. Cuando la conocí el año pasado ella acababa de cumplir los 17. Es una chica alta, morena, de tez blanca, que no aparenta su edad, sino mucho más. Fue ella la primera (y casi única) voluntaria que nos enseñó cómo era nuestra ciudad destino en Rumanía, la que nos acompañaba a poner los pósters de las películas que proyectábamos en el centro en los sitios más visibles, ella quien nos hizo de intérprete con profesores de instituto que no sabían qué era eso de ser voluntario europeo y quien me presentó a los niños del orfanato donde más tarde me animaría a colaborar en enseñando español.
Roxana me explicaba que para ella era muy importante el voluntariado, y a su edad ya ha formado su propia asociación con sus amigos, con quienes hace talleres de globoflexia y actividades infantiles de vez en cuando. Todo esto lo organiza ella misma hablando con los encargados del Ayuntamiento y con su instituto.
Taller de goboflexia el verano pasado
Hay también muchas personas anónimas para mí, muchos que con su ejemplo, en el día a día o en situaciones puntuales me hicieron ver la realidad desde otro punto de vista. Y ese es el mayor logro al que se puede llegar cuando uno realiza un viaje.
Desde aquí quiero rendir homenaje a todos ellos, de quienes tanto he aprendido conviviendo, unas veces más y otras menos, pero que han sido mis verdaderos maestros.
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