"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombre dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida"
El Quijote , de Miguel de Cervantes
Hace tiempo que lo pienso: vivimos y vamos, cada vez más, hacia una sociedad narcotizada, tanto física como emocionalmente. Tomamos narcotizantes en busca de una sensación de felicidad que ansiamos conseguir de forma rápida, si es sin esfuerzo, mejor, una felicidad casi de "fast food", de usar y tirar, como tantas cosas que nos rodean. Y tal vez sea por ese ansia de felicidad,o por el efecto de dichos narcotizantes - que a penas distinguimos que lo sean-, que no sabemos ver más allá.
Cada vez más, nos parecemos a esa sociedad que dibujaba Adolf Huxley en "Un mundo feliz", en la que ciudadanos autómatas toman su dosis diaria de soma; la droga que les aportaba felicidad y bienestar. En ese mundo no existía el dolor, ni las experiencias traumáticas, ni se sentía el paso del tiempo, ya que automáticamente aparentaban ser siempre jóvenes y al morir se deshacían de los cuerpos sin más. Ni si quiera existía el esfuerzo, ya que la sociedad se dividía en clases de listos a tontos, según su nacimiento: los listos tenían mejores trabajos, más medios, se relacionaban solo entre ellos... pero no por ser listos pensaban. Todos, absolutamente todos necesitaban su ración diaria de droga que les transportase a ese estado de felicidad para continuar viviendo así.
Da la sensación de que, cada vez más, necesitamos esa evasión de la realidad, a pesar de que vivimos en el primer mundo, que ha conseguido derechos, progreso y lo presentamos como modelo a imitar. Y el sabe muy bien cómo ofrecérnosla: si estás de bajón, ¿qué mejor que irte de compras para olvidarlo?, si en las noticias no salen más que desgracias, ¿por qué no poner Gran Hermano?, si llevas una vida sedentaria y estás obeso, ¿qué mejor que una buena liposucción para recuperar esa felicidad perdida?
Todo esto por no hablar de cuando esta narcotización se realiza con pastillas de verdad. El consumo de antidepresivos, medicamentos para controlar la ansiedad, fármacos infantiles...se está disparando en los países más desarrollados. Y sí, seguro que hay quien sí lo necesite, pero basta con echar un vistazo a la realidad para darse cuenta de que, al margen de problemas puramente médicos, hay otros que no se pueden tratar a base de pastillas.
Y es que tal vez hayamos sobre valorado la felicidad. Todos, sin excepción, la deseamos, para nosotros y para los que amamos. Pero hemos olvidado que hay algo mucho más valioso que esta, que es lo que nos realiza, lo que hace que algo valga la pena, lo más nos puede llenar: la libertad.
Se puede ser feliz evadiéndose todos los días, viviendo en alucinaciones; muchos lo hacen y jurarán que son felices así, por eso necesitan seguir alcanzando esta felicidad. Pero el despertar es duro. Y es el que es.
En cambio, la libertad hace que seamos conscientes de hasta qué punto somos responsables de lo que nos pasa, y podemos cambiarlo. ¿No será, acaso, que preferimos no pensar? La libertad cuesta esfuerzo. A veces es intentar e intentar y seguir intentando cambiar las cosas, y puede que ese esfuerzo no nos haga precisamente felices en ese momento; pero merece mil veces más la pena, eso irá perfilando quienes somos en realidad, la historia de nuestras luchas, de nuestra voluntad, de nuestra valentía.
Hace poco, buscando información sobre este tema, dí con el genial artículo de Gregorio Luri titulado
"El pienso felicitario" , que no tiene desperdicio, en el que aborda este tema desde la Educación. En su opinión, la felicidad no debe ser el único objetivo de la Educación. Hay que formar ciudadanos capaces de ser críticos, no solo felices. Se nos ha educado, cada vez más, en la cultura del no esfuerzo, de pensar que todo viene solo, como caído del cielo, y aunque no nos guste reconocerlos, nuestra quebradiza felicidad se basa en eso.
Y repito: todos, buscamos la felicidad, pero hay que saber encontrarla. Siempre hay un precio que pagar, y si lo queremos todo gratis, lo más seguro es que la calidad no sea buena. En conclusión, solo con la felicidad no se va a obtener libertad, como les pasa a los drogadictos.
Pero con libertad, al menos sí sabremos que nuestra felicidad va a ser auténtica.