Después de un mes de mochilera por Marruecos, el país vecino y tan desconocido, tengo una libreta llena de conclusiones, contactos, ideas, mis propios estereotipos...
Pero sin duda la palabra que más ha venido a mi mente durante este mes ha sido CONTRASTE. Es lo que Marruecos supone para aquel que lo visita desde Occidente. Y creo que el contraste es doble: por un lado la propia cultura marroquí está llena de contrastes, y por otro, para el viajero que llega de otra cultura, la marroquí supone una bofetada de cosas nuevas, una gran bocanada de vida, a veces de dolor, de inadaptación y de fascinación.
Así que voy a intentar hacer honor el título "Marruecos: tierra de contrastes", e intentar, humildemente, describirlo tras haber vivido un mes, tiempo absolutamente insuficiente para entender un lugar en el que precisamente el tiempo es valorado como se merece, pero dejando de un lado el calendario y el reloj.
Y viniendo de España no puedo empezar con otra cosa que no sea el mar, los 14 kilómetros que separan dos países, dos culturas, dos continentes, mucho más unidos de lo que imaginamos.
Las costas españolas se ven desde una azotea en Tánger (Marruecos)
El mar... ¿Qué digo el mar? Los mares: el océano Atlántico y el mar Mediterráneo bañan las costas de este país tan desconocido para la mayoría de los occidentales.
¿He dicho desconocido? ¿Es que acaso nunca han oído hablar de él? Pues sí, desconocido hasta la médula, y no porque no sepamos situarlo en el mapa (de hecho creo que es de los pocos países africanos que el español medio sabe ubicar en un mapa, servidora la primera hace unos años).
Pero desconocemos tanto de él: su cultura, su cultura real y no la que imaginamos, su gentes, sus gentes, su religión, sus calles... Sus mares, como decía al principio, y sus montañas enormes.
En Marruecos lo viejo y lo nuevo se dan la mano continuamente, el blanco y el negro se cambian de lugar para abrirse paso el uno al otro, lo brutal y lo refinado se entre ponen siempre.
Las ciudades imperiales siguen como si el tiempo no hubiese pasado, salvo para transformarse de cara al turismo, esa fuente de ingresos hacia la que cada vez más se orientan los zocos.
En Fez el culto a la artesanía tradicional atrae miles de turistas, quienes sacarán sus cámaras para inmortalizar la vida de la medina como si no hubiese pasado el tiempo, para fotografiar a ese animal vivo antes de ser cocinado, para ver a los orfebres trabajar, o darse cuenta de que esos bolsos de cuero bueno se fabrican en curtidurías donde el olor en insoportable. Las calles laberínticas de la medina se ríen del que no presta atención, y protegen del calor infernal.
Medina de Fez: turística y tradicional a la vez
En Marrakech, los cuenta cuentos locales (que sólo hablan árabe) se dirigen a sus conciudadanos al caer el sol en la plaza Djeema el Fna, mientras sus vecinos de los zocos exageran los precios pendientes del turista.
La capital, Rabat, que disponde de tranvía desde hace casi un año, y que contrasta con el sur del país, donde aún ni siquiera hay tren.El desierto y la montaña. Los pueblos de "kashbas" del sur, construídas de barro, en un entorno árido que se llena de verde en primavera.
Pueblo del valle de Ourika, cerca de Marrakech. En primavera la vegetación contrasta con el paisaje árido.
El respeto a las tradiciones y a la religión, el permiso de los padres para contraer matrimonio, las mil y una ceremonias para todo y para nada. La hospitalidad con el extranjero, a quien se agasaja con comida hasta que no puede más...
-"Safi!" (Es suficiente).
La propia sociedad marroquí sacude a viajero con sus contrastes. La cultura del regateo (que parte de la base de que el vendedor quiere timar y el comprador intenta que le timen lo menos posible), choca con esa generosidad y el acogimiento, con el hecho de que por mucho "sálvese quién pueda" que reina en las calles de Marruecos, siempre hay un plato de comida en cada de la familia, que con que uno trabaje y lleve el pan el resto sabe que no va a pasar hambre.
¡Cuánto nos queda por aprender en este "primer mundo" que nos hemos montado!
Y no, no todo es bueno. También hay injusticia en Marruecos, niñas a las que se les casa, falta de libertad (aquí tampoco vamos súper sobrados). Hay pobreza, pero nunca he visto miseria. La comunidad lo abarca todo, para lo bueno y para lo malo, y los lazos de amistad rozan la hermandad.
El recato de las mujeres no tiene porqué tapar la alegría desbordante que desprenden en las fiestas. Y estas fiestas, estas ganas de vivir, pueden salir improvisadas y de repente ver cantar, bailar y reír como hacía muchísimo no lo veías. Y al preguntarles porqué de repente se han puesto a bailar y a reír, con total normalidad te contestan:
-Y si no bailamos y reímos, ¿para qué estamos vivos?
Blancos más hacia el norte, de ojos claros, y rasgos más árabes según se avanza hacia al interior... También hay contrastes raciales en Marruecos. Los antiguos bereberes ya están tan mezclados con los árabes que es muy difícil distinguirles, los subsaharianos...
<<Allí tenéis el reloj, aquí tenemos tiempo>>, es una frase que se hizo famosa hace unos años cuando el diario español "La Vanguardia" realizó una entrevista a un hombre tuareg. "Tú tienes el reloj, yo tengo el tiempo".
Y resume bastante bien el contraste de vidas, porque al final el tiempo juega un papel decisivo en cómo se vivan. Y creo que es aplicable también a cómo muchos marroquíes viven su tiempo. Porque lo viven realmente, no lo pasan o, lo que es peor, no lo "matan", como decimos aquí. También hay vidas automatizadas allí, pero he visto pocas.
Kasba de Rabat
UN PAÍS MUY JOVEN
El respeto a los mayores tampoco quita protagonismo a los niños. Niños. Sobre todo, niños. Niños corriendo por la medina, niños vendiendo collares, niños jugando en las calles de Marrakech, niños que son verdaderos acróbatas, niños. Niños riendo con sus dientes de leche, niños gritando. Niños, al fin y al cabo, siendo niños. Y nadie se asusta por ello. Si hay algo (realmente hay muchas cosas) que destacaría de Marruecos es un país joven: el 27% de la población total tiene menos de 14 años.
Es común ver familias que tienen 5, 7 o 9 hijos. Y más allá de todas las necesidades materiales que se necesitan para ello, implica que es un país vivo, con mucha vida. Mientras en la mayoría de los países de Europa el índice de crecimiento es negativo (mueren más de los que nacen, hay muchos más viejos que niños), nuestros vecinos están en una situación totalmente opuesta. No propongo imitarlos pero tarde o temprano tendremos que mirar su situación, y prestar atención a estos datos más allá de que deseemos que vengan aquí para ayudar a aumentar las arcas para nuestras jubilaciones; aunque sólo sea para descubrir cómo sobreviven en esas circunstancias de desempleo brutal siendo tantos miembros. Y es que con todos mis respetos un país "de viejos" es irremediablemente un país que se muere, una cultura que agoniza. Y no es en absoluto porque los mayores no sirvan: al contrario, tienen mucho que aportar, pero... ¿a quién? Si no hay jóvenes, ¿a quién enseñarán los que ya tienen conocimiento? En los niños y jóvenes está la energía, las ganas de seguir, y por fuerza natural, la vida, la vida que crea más vida. Y hacer pensar al resto de la sociedad en esa vida, en esas ganas, porque la sociedad no puede negarse a reflexionar sobre ellos, está rodeada de ellos.
Antes de viajar me informé y siempre, o casi siempre, leía que Marruecos sacude a quien lo visita. Y hoy creo que es cierto. Aunque lo mejor es que cada uno lo vea con sus propios ojos y saque sus propias conclusiones.
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