Es entonces cuando la amalgama de colores de la pared cobra vida propia, los balcones se asoman a la mirada curiosa y se muestran, sus personajes pueblan de verdad las calles.Los rincones se vuelven más accesibles y el caminante examina con cuidado los escondrijos por los que se han colado las plantas.
Eso es lo que pasa cuando uno levanta la mirada en el emblemático barrio madrileño de Lavapiés: que su identidad chorrea por las paredes, por sus balcones y por sus jardines.