13 feb 2016

COMPITE CONTIGO MISMO

Hace poco leí un artículo que que trataba sobre que, a pesar de vivir en una sociedad con  valores pacíficos un supuesto estado del bienestar y cooperación, estamos inmersos en la competitividad. Y es cierto. Basta con poner la tele un rato: programas en los que se compite por tener pareja, por llevarse el premio gordo, por ganar el concurso de baile. de cocina, de canto, por ser el campeón de la liga.

Nada de esto es nuevo, Creo que en parámetros normales el ser humano es una animal social, y por tanto la competición con otros, la comparación, es necesaria para entender su propio mundo. Mirara a los demás puede ser beneficioso para conocer la realidad. El problema viene cuando esa competición se refleja en lo más sutil, en el día a día, en actos que se escapan del control. Y sobre todo en el para quién, por qué, a qué precio y con qué fin.

Parece que se nos enseña a  competir en todo: quién es el más guapo, el que tiene mejor coche, el que gana más, el que ha llegado más alto. Medimos, sobre todo el éxito en términos cuantitativos; la cantidad siempre por encima de la calidad, y eso no puede ser. No es realista, nos destruye.

Cuánto pesas, cuántos años tienes y qué trabajo has llegado a encontrar en ese tiempo... ¿Es un buen trabajo? ¿Te has comprado ya una casa? ¿Por cuánto, cómo es de grande? ¿Tienes coche? En conclusión: ¿has tenido éxito? Medimos nuestro éxito con números y eso es irreal. Los números sólo son datos, pero no quieren decir nada por sí mismos.

No compitas, no sirve. No, por que nadie sabe desde fuera quién eres ni qué quieres. Uno puede estar trabajando en un supermercado para ganar dinero y viajar a un lugar recóndito, para aprender un idioma, para vivir nuevas experiencias. Otro puede haber llegado a director general y ser muy feliz, o vivir cada día más frustrado porque no tiene tiempo de ver a su familia y el miedo le atenaza por poder perder "un buen trabajo". Otro más puede tener un talento natural envidiable pero no querer sacarlo nunca porque desea dedicarse a otra cosa. Y hay quien sí lo saca y le va bien.

Parece que toda nuestra educación, la del colegio y la de la calle, la vida, los medios, nos enseña sólo a medirnos con la apariencia. No se nos enseña la parte más difícil, la de competir con nosotros mismos. Y se trata precisamente de eso. Compite contigo mismo. Desafía lo que conoces, rétate a vivir como deseas realmente, sé capaz de tomar tus propias decisiones. Salir de lo que nos es fácil también puede ser salir de ese camino marcado por la sociedad. Plantearse qué es lo que uno quiere y cuánto está dispuesto a arriesgar para conseguirlo, ése es el verdadero reto de la competición y la mayoría de las veces no tiene que ver con los números, con la apariencia o con la ropa.

Y porque sobre todo hay que contar con el tiempo, ese maestro a veces dulce, otras no tanto, que aparece todos los días por la mañana y que cada vez se vuelve más valioso.